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Reseñas
Aún estoy aquí
por Mariana Braojos

02 de marzo de 2025

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La familia Paiva lleva una vida tranquila y acomodada en Río de Janeiro. Rubens Paiva (Selton Mello), exdiputado del partido laborista, ha dejado atrás la política para dirigir un despacho de arquitectos. Su esposa, Eunice (Fernanda Torres), es ama de casa y madre de cinco hijos: Marcelo, Vera (Veroca), Nalu, Eliana y María Beatriz. Juntos forman un matrimonio feliz y una familia unida. El invierno de 1970 transcurre en una calma tensa, marcada por el endurecimiento de la dictadura, aunque el hogar de los Paiva sigue siendo un refugio de seguridad y armonía. Sin embargo, esa aparente estabilidad se quiebra cuando agentes del gobierno irrumpen en la casa y Rubens es citado a declarar. Con el paso de los días, su regreso se vuelve cada vez más incierto. Eunice, ahora sola al frente de la familia, enfrenta un escenario abrumador: una hija en el exilio, un escándalo mediático en torno a la detención de su esposo, problemas financieros y la presión de preservar una apariencia de normalidad para proteger a sus hijos más pequeños.

Si bien la película sigue el curso de una desaparición forzada típica en el contexto de una dictadura militar latinoamericana —una vida cotidiana relativamente convencional interrumpida por un acto violento y arbitrario, seguida de un viacrucis de búsqueda e incertidumbre—, la gran originalidad del filme de Salles radica en lo que llamo el "tratamiento aristocrático de la tragedia". Destaca la forma estoica en la que Eunice (Fernanda Torres) enfrenta la desaparición de su esposo, su capacidad de anteponer la elegancia al patetismo y de afrontar el horror con entereza y sin aspavientos. En mi opinión, ese es el gran acierto de la película: desafía la tendencia regional —y cultural— al melodrama y opta por una tragedia contada con la brutalidad que amerita, pero sin caer en el melodrama.

Este tratamiento aristocrático de la tragedia se expresa a lo largo de la película, pero hay tres momentos particularmente significativos. El primero ocurre cuando, tras la irrupción inesperada de los agentes en la casa de la familia Paiva durante una tranquila tarde de juegos de mesa, Rubens Paiva les pide permiso para subir a su habitación y vestirse apropiadamente para el interrogatorio del que sabe que difícilmente regresará. Así, con traje y corbata, cruza el umbral de su casa bajo el sol abrasador de la playa, escoltado por dos agentes no uniformados hacia su reluciente auto deportivo rojo.

El segundo momento se da cuando un amigo de la familia y aliado en la resistencia informa a Eunice que sus fuentes han confirmado la muerte de Rubens. Tras preguntar por el posible paradero del cuerpo, el amigo le explica que será imposible recuperarlo. Luego, enumera una serie de destinos funestos y tratamientos indignos que pudieron haber tenido los restos de su esposo, y concluye que, probablemente, fuera arrojado al mar desde un helicóptero. Ante la devastadora noticia, Eunice simplemente agradece y se excusa por no poder escoltar personalmente al invitado hasta la puerta, como dictan las buenas costumbres.

El último gesto ocurre durante la sesión de fotos familiar organizada por un periódico para evidenciar la ausencia de Rubens y denunciar los intentos del gobierno militar por ocultar su detención. Al tomarse la foto, Eunice se niega a dejar de sonreír y les pide a sus hijos que hagan lo mismo. Este acto, ambiguo entre la dignidad, la rebeldía y la necesidad de guardar las apariencias, sella el tratamiento aristocrático de la tragedia.

Más allá de este enfoque, la película también se distingue por su originalidad temática. Aún estoy aquí (2024) no es la típica historia sobre la dictadura basada en heroísmo y dilemas morales irresolubles. Aunque estos elementos aparecen, como en el testimonio de la maestra de las hijas de los Paiva —prueba de que Rubens estuvo en el centro de detención— o en la explicación del amigo de la familia sobre las razones de Rubens para involucrarse en la resistencia, la película los presenta como un telón de fondo. Que una película sobre una dictadura no dé pie a citar a Hannah Arendt ya es, en sí mismo, refrescante.

Otro aspecto destacable es la manera en que Salles construye la atmósfera a través de contrastes. La película inicia con una escena nocturna en un retén militar en carretera, que nos introduce de forma casi violenta en el contexto de la dictadura. Luego, nos transporta a la idílica vida playera en Río de Janeiro: la casa impecable gracias a la trabajadora doméstica, la puerta siempre abierta, la luz amarilla filtrándose por los grandes ventanales, la música y el ruido del futbolito llenando el ambiente. Esta tranquilidad se rompe abruptamente cuando Eunice y su hija son enviadas a instalaciones militares de hormigón, con interiores oscuros y grises, llenos de goteras y lámparas a medio fundir. El juego de contrastes culmina cerca del desenlace, cuando la familia decide mudarse a Brasilia: la casa vacía, los juegos de luz proyectados por la ausencia de muebles y la inmensidad de un espacio que antes rebosaba vida.

Por último, la película destaca por su pertinencia política. La dictadura militar en Brasil terminó hace apenas 40 años, y el bolsonarismo ha cuestionado el trabajo de la Comisión de la Verdad, encargada de documentar las violaciones a los derechos humanos entre 1964 y 1985. El revisionismo histórico que defiende el militarismo amenaza con desacreditar los avances en el reconocimiento de los crímenes de lesa humanidad, a pesar de que la amnistía de 1979 haya hecho imposible la justicia. Aún estoy aquí (2024) se erige como un precedente relevante en el cine brasileño contemporáneo sobre la memoria de la dictadura. Además, su protagonista, Fernanda Torres, es una de las figuras más prominentes del cine brasileño y heredera de un legado artístico inigualable: su madre, Fernanda Montenegro, fue la primera actriz brasileña nominada al Óscar, y ella es la segunda.

Aún estoy aquí (2024) es una historia sobre el dolor, pero no es una historia de lamento. Es el retrato de una élite estoica. También es un recordatorio de que las víctimas de la dictadura provinieron de todos los estratos sociales, incluso de la aristocracia del antiguo régimen.

La autora es asesora parlamentaria en la Cámara de Diputados y asistente de investigación en el Sistema Nacional de Investigadores.

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