El Papa Francisco atraviesa un proceso delicado de salud, y para cuando esta reseña se publique, es posible que el Sumo Pontífice ya no esté con nosotros. Esta coincidencia ha dotado a la película Cónclave (Edward Berger, 2024) de una extraña actualidad, ya que nos sumerge en los oscuros entresijos del proceso de elección de un nuevo Papa, un evento rodeado de misterio, política e intriga.
Cónclave es una brillante adaptación de la novela homónima de Peter Straughan, que ha cosechado ocho nominaciones al Oscar, incluidas las categorías de Mejor Película, Mejor Actor para Ralph Fiennes y como favorita a Mejor Guion Adaptado. La trama comienza con la muerte del Papa y el inmediato confinamiento del Colegio Cardenalicio en la Capilla Sixtina, donde se inicia el proceso de elección del nuevo líder de la Iglesia Católica. Desde el primer momento, la película me atrapó con su atmósfera cerrada y sofocante. Hay algo de fascinante en esas historias que, aunque parecen tan ajenas, tocan fibras íntimas y personales. Porque, aunque muy pocas personas serán Cardenales en un cónclave, pero prácticamente todos hemos estado en una sala de juntas, en un grupo de amigos o incluso en un chat de WhatsApp donde se decide algo importante a espaldas de otros.
El Cardenal Lawrence (Ralph Fiennes), como Cardenal Decano, no solo dirige el cónclave, sino que actúa como nuestro guía —un Virgilio en este peculiar infierno sacro—, exponiendo las intrincadas dinámicas de poder, las traiciones y los cálculos políticos que rigen a estos "hombres de Dios". Fiennes ofrece una actuación abrumadora, capturando la dualidad de un personaje que oscila entre la devoción a la fe católica y las dudas que le despiertan la institución de la iglesia. Su interpretación va más allá de lo evidente: cada mirada, cada pausa, cada titubeo son una lección de contención y profundidad, logrando que el espectador se sienta no solo testigo, sino también cómplice de su lucha interna. Sin duda, estamos ante una de las mejores actuaciones de un actor consumado y en gran control de su arte.
La película se apoya en actuaciones secundarias de altísimo nivel, donde cada actor aporta una capa más a este entramado de intriga y poder. Stanley Tucci destaca como el Cardenal Bellini, una figura progresista que encuentra resistencia en cada esquina; John Lithgow construye un Cardenal Tremblay que equilibra la moderación con un trasfondo incierto; Lucian Msamati encarna al Cardenal Adeyemi, el eterno candidato africano, cuya presencia despierta tanto esperanza como suspicacia; y Sergio Castellitto ofrece un Cardenal Tedesco cuya rigidez conservadora refleja un conflicto no resuelto. No podemos dejar de lado a Isabella Rossellini, quien, con su sola presencia, eleva cada escena en la que participa, demostrando por qué es una leyenda del cine. Su interpretación le ha valido una merecida nominación al Oscar como Mejor Actriz de Reparto.
En cuanto al Cardenal Benítez (Carlos Diehz), debo admitir que su trama se siente un tanto forzada, como si el guion hubiera doblado la historia para hacerlo encajar. Sin embargo, y esto es digno de mención, la actuación de Diehz logra que, a pesar de la falta de organicidad del personaje, no se arruine el conjunto de la película. Es un mérito tanto del actor como del director, que mantiene una mano firme y clásica en la dirección, consiguiendo una película de intriga política con un guion en su mayor parte coherente y con actuaciones espectaculares. Es especialmente significativo ver a un actor mexicano desenvolverse con naturalidad en un escenario internacional de tal magnitud..
En cuanto al Cardenal Benítez (Carlos Diehz), debo admitir que su trama se siente un tanto forzada, como si el guion hubiera doblado la historia para hacerlo encajar. Sin embargo, y esto es digno de mención, la actuación de Diehz logra que, a pesar de la falta de organicidad del personaje, no se arruine el conjunto de la película. Es un mérito tanto del actor como del director, que mantiene una mano firme y clásica en la dirección, consiguiendo una película de intriga política con un guion en su mayor parte coherente y con actuaciones espectaculares. Es especialmente significativo ver a un actor mexicano desenvolverse con naturalidad en un escenario internacional de tal magnitud.
Hay una línea en la cinta que se me quedó grabada: “nuestra fe es algo vivo, precisamente porque camina de la mano con la duda”. Y es que la película no solo trata de la elección de un Papa, sino de cómo se tambalean las convicciones cuando se enfrentan al poder. Al final del día, el cónclave es solo un reflejo de lo que sucede en muchas esferas de nuestra vida. No importa si se trata de una organización religiosa, de la política estatal, de una empresa familiar o de un simple grupo de amigos: donde haya seres humanos, habrá intriga, cálculo político y, muchas veces, la necesidad de traicionar un poco lo que somos para pertenecer a algo que sentimos más grande que nosotros mismos. Desde las pequeñas maniobras en una reunión laboral hasta las alianzas tácitas en la vida familiar, Cónclave nos recuerda que todos, en mayor o menor medida, jugamos a ser cardenales en nuestro propio teatro de poder. Tal vez, lo más perturbador de Cónclave no sea lo que revela sobre la Iglesia, sino lo que desnuda sobre nosotros mismos.
En un mundo donde las lealtades son frágiles y las ambiciones poderosas, Cónclave plantea una pregunta ineludible: ¿Es posible mantenernos fieles a nuestros valores sin ceder a los demonios de la ambición o las legítimas aspiraciones? Y, en todo caso, ¿es realmente condenable intentarlo? La película, como bien lo sugiere Fiennes en un punto climático, no ofrece certezas absolutas, sino que nos invita a caminar ese delgado hilo entre la fe y la duda, dejándonos con un eco incómodo, el de nuestras propias contradicciones.
El autor es profesor de derecho y defiende derechos humanos.