A través de los ojos de Elwood Curtis (Ethan Herisse), la cámara nos guía por una carretera serpenteante del sur de Florida en los turbulentos años sesenta en Estados Unidos. Elwood se dirige a su primer día en el Melvin Griggs Technical College, un lugar privilegiado entre los que carecen de privilegios, a fin de cuentas tiene el apoyo incondicional de su abuela. Sueña con una carrera académica o con convertirse en un activista por los derechos civiles, como dejan ver su admiración por los discursos de Martin Luther King Jr. y su cercanía con los movimientos de protesta —cosas que escucha en tocadiscos o en las grabaciones reproducidas por su maestro en la escuela, u observa en los televisores que se ofrecen en las tiendas del pueblo. Pero esto no llegará.
Elwood acepta un aventón de un hombre con un aspecto inquietante, sus ojos se detienen en los zapatos de piel de cocodrilo de su anfitrión. Animal que ya había aparecido en sus visiones durante su infancia a manera de amenaza latente y que vuelve a aparecer en sueños posteriores, esos sueños que se entrelazan con el espacio, con la luna y las estrellas (a fin de cuentas todo ocurre en el contexto de la carrera especial de los sesenta). Las manos del conductor tiemblan y de pronto una patrulla los detiene. El vehículo es robado. Así, Elwood, a pesar de su inocencia (o quizá ingenuidad), es condenado y enviado a la Nickel Academy, un reformatorio que oculta tras su fachada una realidad de abusos y corrupción.
Basada en la novela de Colson Whitehead, ganadora del Premio Pulitzer, la película de RaMell Ross se inspira en la historia real del reformatorio Arthur G. Dozier School for Boys en Florida, conocido por su historial de abusos y objeto de investigaciones más recientes por desapariciones forzadas. La adaptación cinematográfica captura la esencia de esta historia, ofreciendo una mirada cruda y honesta a un capítulo oscuro de la historia estadunidense.
En la Nickel Academy, Elwood entabla una amistad con Jack Turner (Brandon Wilson), un joven que ha adoptado una posición cínica para sobrevivir en un sistema opresivo a raíz de una vida menos privilegiada que la de su colega. Mientras Elwood mantiene su fe en la justicia y la posibilidad de cambiar las cosas denunciando las injusticias, Turner le advierte sobre los peligros de ser demasiado idealista en un entorno donde la supervivencia depende de la adaptación y la discreción.
La fotografía de Jomo Fray destaca por su enfoque innovador: la cinta está filmada en su totalidad desde una perspectiva en primera persona, lo que permite al espectador experimentar de manera íntima las emociones y desafíos de los personajes: desde la belleza de los plantíos de naranjas de Florida, el detalle de las fresas en el pastel preparado por cariño por su abuela, hasta la secuencia de terror en la que huyen de un antiguo amigo blanco y de la violencia racista en la misma carretera solitaria que lo llevó a su prisión. Esta elección estilística sumerge al público literalmente en los ojos, gafas y miradas de Elwood y Turner, creando una conexión profunda con su experiencia.
James Baldwin argumentaba que el problema racial en Estados Unidos no sólo residía en la opresión de los negros, sino en la incapacidad de los blancos para enfrentarse a sí mismos. En su visión, la violencia y la discriminación sistemática no eran solo un mecanismo para mantener el control, sino una forma de los opresores de evitar reconocer sus propios miedos, sus fracasos y su vacío moral. De esta forma, la idea de supremacía blanca no solo deshumaniza a quienes son sometidos, sino también a quienes ejercen el sometimiento, pues perpetúa una sociedad construida sobre el autoengaño y el temor a lo diferente. Nickel Boys plasma esta idea tanto en Elwood, quien aún cree en la posibilidad del cambio, como en Turner, que ha comprendido que el sistema no busca redención, sino perpetuarse a sí mismo.