Reseña
wicked: paRTE UNO
LA EXCESIVA AMBICIÓN DEL NUEVO HOLLYWOOD
por Leonardo Olmos
3 de marzo de 2025

Hace ya más de una década, Peter Jackson anunciaba que volvería a la tierra media de J. R. R. Tolkien para adaptar El hobbit la esperada precuela de su trilogía magna: El señor de los anillos. El mundo del cine y la literatura entraban en euforia por igual, pues a inicios del siglo XXI la primera translación que hizo Jackson de la obra de Tolkien se encontraba ya enmarcada como una de las mejores películas basadas en una obra literaria, una antes creída intraducible. Su trilogía de El señor de los anillos se consideraba para entonces una soberbia épica cinematográfica que reconciliaba el texto de su autor, uno rico en detalles narrativos inimaginables, con la exhilarante potencia del cine comercial de finales de los noventa. Eran tiempos en los que Matrix (1999) abría paso a una serie de “autores vulgares” —aquellos que los intelectuales rechazaban por su afán de llevar el arte al cine de multiplex—, algo que no se veía desde los setenta, cuando jóvenes directores estadunidenses como Steven Spielberg y George Lucas salieron a la luz. El señor de los anillos fue un evento mundial que marcó un antes y un después en la percepción que se tenía del cine meramente “hollywoodense”: se podía crear un filme superior de un concepto que muchos consideraban menor. Galardones y estrellato vinieron.
Entra entonces la realización financiera del éxito obtenido: una taquilla de casi 3 mil millones de dólares. El cine es un negocio, sería una necedad negarlo. Y en este negocio surge la inconmensurable ambición de romper récord, sin contar, por supuesto, la inflación monetaria que nos ahoga día con día. En este contexto, cuando a Peter Jackson se le da luz verde para adaptar la tan solicitada precuela de El señor de los anillos —proyecto anteriormente liderado por Guillermo del Toro—; así, El hobbit también trajo una brillante a la cabeza de los ejecutivos hollywoodenses: ¿y si se tomase un pequeño libro ilustrado de unas 300 páginas y se alargase por 3 filmes de extralarga duración? Resultaría en otros 3 mil millones de dólares en taquilla. Ni siquiera vale la pena reprocharles cuando se le encuentra la lógica: 3 filmes separados anualmente, recaudación en taquilla durante 3 años consecutivos.
Se ignora, por supuesto, las deficiencias narrativas y tonales que tendrían los productos finales. A fin de cuentas, por más apéndices literarios propios de Tolkien que se le pudieran agregar a la trilogía para justificar su duración, fue evidente la falta de coherencia que se impregnaba en la historia de Bilbo Baggins. Pero eso era lo de menos, ya que en años pasados Harry Potter había dividido su libro final (ni siquiera el más extenso de la saga) en dos películas para atacar las taquillas por doble ocasión. El golpe final. Y los años subsecuentes a ese fenómeno, otras franquicias literarias adolescentes hacían lo mismo con sus adaptaciones finales: Crepúsculo, Los juegos del hambre, hasta llegar a la nueva versión de It de Stephen King, Duna parte 1 y 2, pasando por remakes de la televisión al cine, como es el caso de la última película de Misión: Imposible, Dead Reckoning parte 1 y 2.
Si bien hay quien podría justificar estos casos, más allá de las razones monetarias, como una necesidad de adaptar algunos libros de una manera más fiel y completa, dándole a cada capítulo su espacio para que respire en su nuevo medio, este argumento, justificación y labor se dificulta cuando uno se aleja de la literatura para enfocarse en otros medios, particularmente la televisión o el teatro, y, desde luego, el cine. Es el caso de Wicked: la importante obra de Broadway que reimagina a El mago de Oz antes de la llegada de Dorothy y su encuentro con las brujas Glinda y Elphaba.
En esta versión, las jóvenes brujas se conocían a temprana edad para tener una relación de amor y odio lo suficientemente adolescente para cautivar a toda una generación de niños de teatro. Y cautivadora sí fue: rompió récords en la taquilla de Broadway que antes pertenecían a El fantasma de la ópera y El rey león; fueron más de veinte años en escena, docenas de versiones amateur, incluyendo las populares obras escolares estadunidenses, y un bagaje cultural detrás que también cobija a la comunidad LGBTQ+ con su temática sobre el valor de la otredad y la valentía que supone ser uno mismo a pesar de ser diferente a la mayoría.
No es sorpresa que Hollywood lleve años queriendo adaptar esa historia a la pantalla grande, sorpresa es quizá que no lo hayan hecho mucho antes; por ejemplo, cuando en el psique colectivo estaban producciones de televisión como Glee, que de cierta forma reconciliaban la necesidad de un teatro musical barato, accesible y transmitido por cadena nacional. Sin embargo, tiempo después vendrían decepciones descomunales como la adaptación de Cats y el mundo del cine se desenamoró del teatro musical en celuloide. Pero Jon M. Chu, director de la exitosa Crazy Rich Asians, llegó a desempolvar este proyecto trayendo consigo un atractivo elenco entre los que se incluyen una carismática Ariana Grande y la excelente voz de Cynthia Erivo, y los resultados son francamente decentes.
Chu toma un clásico como el mago de Oz y lo dirige a un público de la nueva era de la comedia musical. No obstante, también es más riesgoso de lo que se podría imaginar, sobre todo cuando Wicked recuerda ese desastre colosal llamado Cats —que causó más pesadillas que genuino asombro— por no mencionar las infantiles letras (no por ello malas) de sus canciones, combinadas con un estilo visual más cercano a los musicales de Disney Channel que al Broadway de más alto impacto. Así, en general la película resulta en un concepto mediocre. Afortunadamente, el encanto de las interpretaciones de sus talentosas actrices, las divertidas coreografías o el arte que decora cada set son lo suficientemente apabullantes para distraernos un rato; pero luego vuelven las temáticas recicladas y los trasfondos narrativos innecesarios (a fin de cuentas es una precuela) que están distribuidos en un filme de larguísima duración, uno que ni siquiera termina: “continuará” dice la leyenda antes de los créditos finales. Además, la experiencia del streaming está incompleta: no podemos siquiera continuar con el siguiente capítulo de inmediato, o quizá una noche después, como en televisión.
Y ahí reside el mayor problema de Wicked. No son sus ingeniosos números musicales ni la obviedad de reescribir historias de personajes con el fin de alargar una filme, sino en extender la duración de una película a unas cinco horas totales para así poder dividirla en dos partes, lanzadas en dos fechas distintas y cobradas por separado. La obra original duraba apenas dos horas y media con intermedio; la película (por lo menos esta primera parte) dura dos horas con cuarenta minutos y apenas cubre la primera mitad de la obra. Y volvemos al caso de El hobbit, un libro de 300 páginas alargado a una duración final de 8 horas divididas en tres películas lanzadas en distintas fechas y cobradas por separado. En ese caso los escritores encargados de la adaptación tomaban material extra de los apéndices de la saga escritos por el propio Tolkien para “justificar” su extensión; pero a pesar de eso tenía justamente enormes problemas de ritmo, tonalidad y ruptura narrativa: de deja cada película en cliffhangers forzados. En Wicked este problema se subraya de manera más fuerte, pues no hay un material extra de donde sacar escenas o tramas secundarias; por lo que aquí se opta por prolongar los números musicales y, por consecuencia, la magia se empieza a apagar.
Y la conversación se torna entonces no hacia algunos de los temas importantes que pudiese tratar el filme, como la inclusión de la diversidad en un ambiente opresivo, el maltrato animal o la realización de los sueños, sino en cuestionar la decisión de Hollywood de alargar sus producciones. De nuevo se trata de una sola película de casi tres horas que ni siquiera termina, y supuestamente está dirigida a un público joven acostumbrado a productos cortos y rápidos.
Resulta difícil justificar estos decretos de producción como algo justificado por una ineludible libertad creativa, porque parece más una hambrienta ambición por romper los récords económicos y taquilleros postpandemia que tantos cineastas se empeñan por lograr. Repito: sería una necedad negar la naturaleza de negocios que tiene el mundo del cine, pero no por ello es menos valido criticar estos fallos, pues no otorgan mayor libertad a los cineastas o satisfacción a las audiencias. Por el contrario, entregan filmes incompletos, torpes en su ritmo y eternos en duración. Al mirar un filme como Wicked — tan significativo para toda una generación y con toda una historia de éxito teatral, pero con un resultado insatisfactorio— es cuando uno como miembro de la audiencia, espectador que paga cada vez más caro el boleto para ver cine, se pregunta si toda esta aproximación y ambición del nuevo Hollywood ha valido la pena.
El autor es cineasta. Tiene estudios en Negocios, Artes Cinematográficas y Televisivas por la Asociación Mexicana de Cineastas Independientes (AMCI). Colaborador y amigo de CINEMATÓGRAFO. También escribe sobre cine para FilmInLatino, Correspondencias: cine y pensamiento, y en el área de prensa de la Cineteca Nacional.